Relato especial Nochebuena 2023

Tu sonrisa

Xus JC (23/12/2023 20:30)

“¡Qué frío tiene que hacer ahí fuera!”, pensó. Llevaba varios minutos mirando por la ventana, hacia la calle, observando como el tráfico iba disminuyendo poco a poco. El reloj se acercaba a las nueve. Juan imaginó que, tras cada una de aquellas ventanas iluminadas, había una mesa convenientemente dispuesta para la Nochebuena. En su mente se dibujaban árboles de Navidad, niños impacientes, ancianos en su sillón, el belén, los villancicos... Después de noventa y tres navidades era sencillo imaginar todo aquello. “¡Cuántas Nochebuenas!”, se dijo haciendo un esfuerzo para no dejarse arrastrar por la melancolía.

“Sé que me estás viendo, Raquel”, pensó sin estar muy seguro de no haberlo pronunciado en voz alta; “esta Navidad va a ser muy extraña sin ti”. Extraña. No parecía la palabra más adecuada, pero sin duda era la menos dolorosa. Mientras, en el pequeño escritorio descansaban la última fotografía que se hizo con ella junto al belén y el pequeño árbol de Navidad que le había traído su sobrino un par de horas antes. “Me gustaría pasar la Nochebuena contigo, tío, pero tengo que trabajar”, le había dicho, “mañana vendré a por ti y pasaremos el día juntos”. Era un buen tipo, el único familiar que le quedaba, o al menos el único que se acordaba de él.

—Juan, la cena comienza en unos minutos —dijo Elena, una de las cuidadoras, sacándolo abruptamente de sus pensamientos.

Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar su mirada de la ventana. Desde hacía muchos años, aquel se había convertido en una especie de ritual antes de la cena de Nochebuena. Le gustaba observar el modo en que la ciudad se iba vaciando poco a poco. Lo había hecho siempre desde su casa; esta vez tenía que hacerlo desde aquella quinta planta del edificio, la superior de las tres que ocupaba la residencia.

—Ya bajo —respondió.

La cuidadora, comprendiendo lo difícil que era aquel momento para él, se acercó y, buscando su mirada, lo agarró con dulzura de ambos brazos.

—Más te vale —le dijo—, porque no vamos a comenzar sin ti. ¿Me haces el honor de acompañarme?

Juan, aceptando la invitación, se dirigió hacia el ascensor cogido del brazo de Elena.

El comedor, decorado para la ocasión, tenía un aspecto maravilloso. Casi todas las mesas estaban ya ocupadas, incluida la suya, donde le esperaba la única silla libre. Por la megafonía, a muy poco volumen, podía escucharse un viejo villancico. Juan agradeció aquella calidez; la necesitaba.

—¡Venga, viejo canalla, que te estamos esperando!

Gabriel, quién si no, era el que había pronunciado aquellas palabras. Era su compañero de habitación, el mejor que podría haber deseado, aunque la delicadeza no se encontrara entre sus virtudes.

—Perdonad, me había despistado —concluyó Juan mientras se sentaba.

La cena transcurrió entre bromas y risas, sobre todo gracias a Gabriel, hombre de pocos reparos a la hora de convertirse en maestro de ceremonias. Juan se limitaba a permanecer en silencio, pero se sentía cómodo. Estaba feliz. Desde la muerte de Raquel, había intentado imaginar cómo podía ser una Navidad sin ella, y, por momentos, había temido lo peor. Pero ahora se sentía bien.

—¿Sabéis que Juan sigue escribiendo su carta a Papá Noel? —improvisó de repente Gabriel para sobresalto de Juan.

Juan sonrió; ¿qué otra cosa podía hacer?.

—¿Es eso cierto, Juan? —preguntó María, otra de sus mejores amistades en la residencia.

—Sí, es cierto —confesó Juan encogiéndose de hombros.

—Eso es maravilloso —siguió María sin ocultar ni su sorpresa ni su sonrisa—. ¿Y qué le pides? Si puede saberse, claro...

—Lo mismo desde hace muchos años...

—Díselo, Juan —interrumpió Gabriel aparatosamente—; diles lo que pides. Que todos sepan lo increíble que eres.

Juan dudó un momento antes de responder, pero no encontró razones para no hacerlo:

—Le pido felicidad para todos, sobre todo para las personas a las que quiero.

El resto de la mesa se quedó en silencio. Aquello tenía sentido; Juan era, por encima de cualquier otra cosa, una buena persona. Desde su llegada a la residencia no había dejado de preocuparse por todos. Vestido siempre con su mejor sonrisa, estaba dispuesto a ser en cualquier momento la mano amiga de quien lo necesitara.

—Os lo dije —dijo Gabriel rompiendo la breve pausa—: Juan es una persona increíble, increíble y maravillosa.

—¿Y para quién has pedido felicidad este año, Juan? —preguntó María.

Aquello provocó un inesperado golpe de tristeza en Juan, que intentó ocultarlo mientras respondía:

—Pues para vosotros, ¿para quién si no? Ahora vosotros sois mi familia —tuvo que respirar hondo para no comenzar a llorar—. Disculpadme, tengo que ir un momento al baño.

Mientras se alejaba, María lamentó haber hecho aquella pregunta:

—Creo que he metido la pata; pobre Juan.

—No, María —respondió Gabriel—. Lo que pasa es que esta es su Navidad más difícil. Más de sesenta años junto a su esposa, Raquel, y hoy es su primera Nochebuena sin ella. Han pasado por todo juntos, incluso por la pérdida de su único hijo; murió hace ya muchos años.

Mientras en aquella mesa, una de tantas en aquel amplio comedor, seguía la conversación, Juan regresaba precipitadamente a su habitación. No quería estropear la cena a sus compañeros y en aquel momento necesitaba llorar. Sabía que en algún momento de aquella noche iba a suceder, pero bastaba con desahogarse unos minutos, secarse las lágrimas y regresar al comedor.

Sentado en la cama, cubriéndose la cara con las manos mientras apoyaba los codos en sus rodillas, estuvo varios minutos llorando. Durante ese tiempo, como en un pase acelerado de diapositivas, se veía junto a Raquel; abrazados en la playa, paseando junto al río, corriendo entre risas bajo la lluvia, cortando la tarta nupcial, llorando la muerte de su hijo...

Una vez logró serenarse, comenzó a secarse las lágrimas. Entonces, al abrir los ojos, vio que sobre el escritorio, además del árbol y de la foto con Raquel, había una carta, un sencillo folio doblado en cuatro partes. Sorprendido, se levantó para cogerlo. Sí, era una carta. Nervioso comenzó a leerla.

 

Querido Juan:

Tú y yo sabíamos que algún día llegaría esta Nochebuena. Aunque ninguno de los dos lo deseara, la partida de Raquel era una parte de tu vida que el destino, al que como bien sabes no se puede burlar, te tenía reservada. He esperado a que llegara este momento para escribirte esta carta, porque sabía que la ibas a necesitar y, sobre todo, porque lo mereces.

Cada Navidad me ha llegado tu carta, esa en la que siempre me pedías la felicidad para los tuyos e incluso para aquellos a quienes no conocías. Con estos últimos he hecho lo que he podido, pero, respecto a los tuyos, tengo que confesar que no he hecho gran cosa. Ha sido suficiente con mantenerte a su lado.

Porque quiero que sepas, y ese es mi regalo para ti esta noche, que tú has sido su felicidad todo este tiempo. Siempre te has preocupado por ellos, tu dedicación no ha tenido límites, te has esforzado sin descanso en saber cómo estaban y qué necesitaban. Y, aun así, permíteme que resalte tu mayor virtud: tu sonrisa. Con ella has repartido esa felicidad que me pedías a mí, pero que, en realidad, les estabas dando tú.

Juan, mereces saber que eres un buen hombre. Podría decirte que Raquel está bien, pero eso ya lo sabes, porque es lo que te dicta tu corazón, y él no miente. La felicidad que le regalaste es eterna. Yo te prometo la tuya, la que tanto mereces y de la que nunca me hablaste. Podría aprovechar la ocasión para decirte que no dejes de sonreír, pero no lo haré; sé que no es necesario.

Feliz Navidad, Juan.

Papá Noel

 

La última lágrima, sorteando sus arrugas hasta desvanecerse, se llevó consigo toda la tristeza. “Es el momento de regresar a la cena”, pensó. Pero antes, cogiendo el portafotos y apretándolo con fuerza contra su pecho, se dirigió de nuevo hacia la ventana. Y, en ese momento, la noche le regaló una estrella fugaz.

—Feliz Navidad, Raquel —dijeron sus labios mientras, una vez más, perfilaban su sonrisa.

 

(Este relato es propiedad de su autor y no puede reproducirse total o parcialmente sin su autorización expresa).